"La Iglesia siempre ha tenido mucho cariño a la mujer" ha declarado el cardenal Cipriani. En lugar de contrariarlo, recordemos algunas de esas muestras de carño secular.

Sin menospreciar el intelecto femenino, algunos padres de la Iglesia no escatimaron anatemas contra la mujer, "ese estorbo para la devoción". Según San Juan Crisóstomo,"la mujer es castigo cósmico, mal necesario, calamidad deseable, fascinación mortal, plaga maquillada". Con menos talento, Boeto, filósofo cristiano del siglo VI, se limita a denigrala con soez imaginación: "la mujer es un templo construido sobre una cloaca". En la misma línea escatológica de Boeto, varios siglos después, San Odo de Cluny vocifera: "Abrazar a una mujer es abrazar a un costal de estiercol". Al parecer, no quedó satisfecho con el consejo de San Pablo a los corintios: "no tener relaciones con ninguna mujer es bueno para el hombre".

En esta larga y piadosa cadena de injurias contra la mujer, no podía faltar el  Arcipestre de Talavera. En su "Reprobación del amor mundano" previene a los varones: "Que no ha en el mundo maldad hecha ni por hacer que a la mujer difícil sea  ejecutar".