Contrariamente a lo que proclama la optimista propaganda municipal, la contaminación auditiva y ambiental en Miraflores no ha disminuido un ápice, ha ido aumentando cada día hasta niveles realmente insoportables. Pongo un solo ejemplo: entre José Gálvez y Bajada Balta, los vecinos sufren los estrepitosos ruidos que ocasiona la construcción de un nueva tienda Wong. La constructora encargada es toda una experta en no respetar los horarios de trabajo porque, al parecer, le tiene sin cuidado la fiscalización edil. Incluso ha llegado a "ejecutar obras" entre las once de la noche hasta la madrugada del día siguiente. Y si a los espantosos ruidos de la construcción de Wong, añadimos la congestiones de tránsito y los consiguientes bocinazos de los autos, las alarmas y sirenas, los gritos de cobradores de microbuses, la música estridente de las discotecas, los escándalos públicos, la situación se torna tan alarmante como la propia inoperancia municipal. Los ruidos molestos aumentan los fines de semana a raíz de la absurda medida de cerrar el tránsito vehicular desde el óvalo del cine Pacífico hasta el cruce con Shell y Berlín, de 12 la noche hasta las 5 de la mañana, con el pretexto de evitar la contaminación en una zona principalmente comercial y que además cuenta con un gran parque que oxigena el ambiente. Esta medida absurda concentra el tránsito vehicular en Shell, Berlín, Gálvez, la cuadra cinco de Diagonal, Bellavista, las primeras cuadras de la avenida Benavides, la Bajada Balta, entre otras calles donde sí hay casas y edificios habitados por un número considerable de vecinos que nos convertimos en víctimas de la contaminación auditiva y ambiental, que nos impide descansar y perjudica sensiblemente nuestra calidad de vida. Es indignante comprobar que para las actuales autoridades ediles los vecinos somos invisibles, no existimos, que Miraflores no es ya un barrio donde viven seres humanos, tan solo una gran feria comercial.