Una amiga joven y muy guapa que ha tenido contactos con los ángeles, me decía que son seres de deslumbrante belleza y dotados de una gracia perturbadora. Pero que también pueden ser indolentes y soberbios en extremo. Abominan de los débiles, de los feos, de los desdichados, de los desposeídos. Cada vez que un ángel se topa con uno de esos desventurados no puede disimular su desprecio. Una extraña compulsión agita sus alas majestuosas. Una oblicua sonrisa evidencia su falta de caridad. Solamente establecen algún tipo de contacto con gente bella, educada y elegante para desplegar su irresistible poder de seducción.

Mi amiga sufrió en carne propia la audacia de enamorarse de uno de esos seres angélicos. Para demostrar su dominio, el ángel la obligaba a cometer en público conductas extravagantes, no exentas de obscenidad. Ella, totalmente cautivada, las cumplía sin rubor y con insana alegría. La vida de esta joven hermosa transcurría entre el escándalo y la desdicha de un amor equívoco.

Liberada de las garras angélicas -después de arduas batallas contra sus propios e irrefrenables deseos- mi amiga me confesó: “La perversidad de los ángeles no es obvia como la de los demonios. Los ángeles son infinitamente más sutiles, refinados y crueles. Después de todo, los demonios son ángeles caídos o -como piadosamente dice Max Castillo- ángeles quebrados ”.